¿Quién manda más el Papa o Franco? ¿La Iglesia o el Ejército? ¿El cura, el juez o el alcalde? Eran las preguntas que nos hacíamos los niños de tiempos ya lejanos, a modo de juego y entretenimiento. Esos interrogantes no eran banales o estúpidos, encerraban toda una filosofía social del poder. En nuestras mentes infantiles estaban organizadas las estructuras de los poderes militar, religioso y civil. Hoy la pregunta sería la misma o similar: ¿Quién manda más? La respuesta no estaría al alcance pueril, pero sí de los que tienen cierta lógica en sus razonamientos. Avispado lector, haga un esfuerzo mental e intente responder. La respuesta es obvia: Todo individuo o colectivo capaz de crear, exigir y obtener en provecho propio prerrogativas, soslayando la ley, la justicia, el bien general y hasta el sentido común.
No me caben en la cabeza -y no es que la tenga cerrada o demasiado repleta- ciertas cosas que veo, escucho o leo. Mi perplejidad es tal, que pienso que no sólo se han perdido aquellos valores que nos hacían personas cabales, sino lo que es más grave, que se ha extraviado la razón por completo, o la vergüenza, o la dignidad, o la humanidad. No entiendo cómo cada día salen más casos de corrupción con los consiguientes tipos delictivos: prevaricación, cohecho, falsedad y ocultación documental, blanqueo de dinero, extorsión ... Pero menos comprendo aún que se siga votando a los partidos más corruptos o que son la corrupción institucionalizada.
Detrás de esta dominación pacífica por mayoría absoluta, tanto a nivel estatal como autonómico y local, se esconde el expolio, el despilfarro, el robo a manos llenas y ocultas del dinero público, pero como decía un diputado que el dinero público no es de nadie, no es delictivo meter la mano y acumular grandes fortunas en paraísos fiscales con el blanqueo del dinero, la especulación y toda suerte de comisiones y chanchullos viejos y recién creados. Posteriormente, en los procesos judiciales mienten con petulancia, niegan los hechos y las circunstancias oprobiosas, no saben o no tienen conocimiento de nada, no eran casos de su competencia; o bien, con proceder sectario y gregario, dificultan la labor de jueces, fiscales, peritos y policía.
Fanáticamente fieles y afectos a sus respectivos partidos, con una miopía y una sordera endémicas, respetan a la casta política, no sé si porque la han subido a un pedestal o porque están tan alejados de ella que viven en otro mundo, aunque a veces aquéllos se acercan demasiado al pueblo llano con lisonjas, con falso y simpático paternalismo, sobre todo en campaña electoral.
Ante la próxima cita electoral del 26 de junio y siendo previsible unos resultados muy parecidos a los anteriores, sería conveniente recordar algunos nombres como: Luis Roldán, Jesús Gil, Mario Conde, Correa, Bárcenas, Jordi Pujol y familia, Matas, Blesa, Rodrigo Rato, Ricardo Costa, José Blanco, Fabra, Granados, Torres, Iñaki Urdangarín, Cristina de Borbón, por mencionar los casos más conocidos, pero hay más, muchos más; y otros que permanecerán para siempre en la niebla del poder. ¡Cuántos se han lucrado con el sacrificio de trabajadores y clase media! ¡Cuánto nos quedará por ver y escuchar! Pero todavía no hay una justa ira; a lo más, una decepción global hacia los políticos; acaso, una efímera indignación, coloreada a veces con ribetes irónico o surrealistas.
Mientras el espíritu capitalista, que no conoce patrias ni credos, impera en este injusto mundo, los débiles espíritus bandean de un lugar a otro, de una ideología a otra, con la esperanza de que la vida los trate dignamente.
26 de mayo 2016